Hemos culminado la semana de misión. Ha sido, como siempre lo es la experiencia de acercarse a lo humano, bastante denso, y en un primer momento nos deja con muchas imágenes y sentimientos mezclados y difusos, que poco a poco se irán asentando, con la ayuda del tiempo y del compartir la experiencia, que es para lo que tenemos preparado el tiempo que viene. Acercarse a los migrantes, de forma gratuita nos ha enseñado que por detrás de sus historias y situaciones siempre hay una persona como uno mismo, con deseos, sueños, memorias, y donde habita el mismo Dios.
También nos ha enseñado que la misión no es una simple atención al frágil o al necesitado, pero que nos muestra que cada uno de nosotros también es frágil y necesitado y que ellos, a su manera, también nos están ayudando. Reconocemos que por detrás de los habitantes de los albergues hay un sinfín de cosas que podemos aprender, y compartir: habilidades, música, fortalezas, experiencias de un Dios encarnado. Y acercarnos desde lo más sencillo es lo que ha permitido compartir lo más profundo, de tal forma que las despedida se hace difícil, aunque haya sido poco el tiempo de contacto. La disponibilidad abre la posibilidad del encuentro con cada uno que deja para nosotros de ser un simple migrante y pasa a ser un amigo, con nombre y rostro. Como quisiéramos que el tiempo de misión les haya traído algún consuelo, o alguna esperanza, ojalá que así sea, y que si, hayamos podido “salvar vidas”, aunque ellos tal vez sean quienes han salvado un poco la nuestra.
A las personas que trabajan constantemente con los migrantes, nuestra profunda admiración, pues hemos visto una pequeña muestra de las dificultades que se presentan, de lo difícil que es manejar las situaciones, muchas veces ambiguas, y que sin embargo ahí están estos trabajos que tratan de hacer con que a pesar de todo, sea menos dura la incertidumbre. Quedamos con la sensación de no poder diferenciar “buenos” de “malos” , como tal vez pensábamos, y que todos tienen dignidad y derecho de ser escuchados y atendidos.
¿Y qué nos queda después de esta semana? Pues tratar de que se queden en nosotros fragmentos de lo vivido, y que eso nos haga personas mejores para los demás, que reconozcamos nuestros prójimos en cualquier situación, y como dice el Evangelio: “fui extranjero y me acogisteis”, cada uno de los migrantes con los que tuvimos contacto, son un poco el Jesús que nos lava los pies. Que nos libra de la indiferencia y nos hace más humanos. Queda por fin, llevar esto para la vida diaria, del común y corriente, de nuestras misiones en lo cotidiano.
¡Gracias!